Se ha dicho que en nuestra época puede haber buenos artistas mal conocidos, pero no "genios ignorados", concepto, éste, propio de románticos mediocres; tarde o temprano, el talento verdadero acaba por revelarse. Tales axiomas adquieren el valor de lo real en el caso de Mariano Azuela. Pasada la cincuentena le sorprendió la notoriedad. Nunca la buscó, pues se limitaba a hacer cortísimas ediciones de sus novelas, cuyos ejemplares regalaba a sus amigos Justamente apreciadas por quienes las conocían tan pronto como llegaron hasta el público obtuvieron general aplauso. Una polémica literaria en la prensa de México, a principios de 1925, movió la atención hacia Los de abajo que Azuela había publicado en 1916 como folletín de un periódico fundado por compatriotas en El Paso, Texas, y reimpreso en 1920, en esta capital. Dos nuevas ediciones mexicanas y tres en España, amén de las publicaciones fraudulentas hechas en diversos países de habla española, consagraron la reputación del escritor, cuya obra ha sido editada en inglés - en los Estados Unidos y en Inglaterra-, francés, alemán, portugués y checo; se ha publicado además, en diarios y revistas, en ruso, japonés y servio. Azuela es hoy el más conocido, urbi et orbi, de los novelistas mexicanos. Tiene ya números epígonos, y no es aventurado afirmar que el éxito de su libro estimuló la producción de relatos inspirados en la Revolución Mexicana. De las dieciséis novelas que lleva publicadas, otras merecen repetir el éxito de Los de abajo. Esta es una de ellas. Fue impresa en 1909, en los talleres de La Gaceta de Guadalajara, y reeditada en México en 1924, en la Imprenta de Rosendo Terrazas. En inglés apareció en 1932 bajo el título de Marcela y el subtítulo de A Mexican Love Story; la versión, prologada por Waldo Frank, es de Miss Anita Brenner. Al francés la tradujo muy acertadamente Mlle. Mathilde Pomés, titulándola Mauvaise graine; se editó en 1933. Mala Yerba es una novela del campo mexicano, en donde aviva la intensidad de las pasiones, propia del medio, el racial desdén al dolor y a la muerte. Es un drama de odio y de amor. Mejor dicho; de amoríos; en torno a la bella aldeana, apetitosa fruta silvestre, giran, amantes sucesivos, el degenerado vástago de una ruda familia de hacendados; el joven labriego, valiente hasta la temeridad, robusto y noblote, pero tan cándido que raya en tonto; inclusive cierto ingeniero norteamericano que así comienza su aclimatación. La moza nada tiene de pazguata: se sabe deseable y, rústica Celimena, hace de la coquetería su mejor arma. Es un tipo más bien que un carácter, como lo son en general, los protagonistas, de los primeros libros de Azuela, a quienes, quizás mejor que por sus nombres, podría denominarse por sus cualidades representativas. (Ciertas figuras episódicas poseen particular relieve. En esta novela, el tosco Don Anacleto, la rezandera y locuaz Doña Poncianita, la triste Mariana, que vio agotarse su juventud en la inútil espera del amor honesto, tiene manifiesta personalidad.) Tal generalización -en parte determinada por la misma sencillez de los actores, muy cercanos a la naturaleza-, aunque los realza hasta volverlos, se diría, encarnación del grupo social a que pertenecen, los muestra obedientes sólo al impulso de su cualidad distintiva. Y en las escenas en que intervienen, más que la incierta lógica de la vida, parece dominar, deus ex machina, la voluntad del autor.