La película hace uso de la música de Morricone, desde el momento en que la interpretación del oboe en medio del bosque se convierte en el elemento que lleva a los indígenas a aceptar la predicación de los jesuitas. Los nativos se convertirían entonces en hábiles artesanos de instrumentos musicales y, como medio de demostrar su progreso en el grado de su civilización, presentarían sus cantos corales al Comité Internacional. Tras el final dramático, el epílogo muestra una escena en la que un grupo de niños aborígenes cargan un instrumento musical en su canoa, como señal de que alguna contribución jesuita ha quedado en su comunidad.