Fria, glacial era la noche.Y Marta quedo tranquila, duena de su hogar, libre de sustos, de temores, de alarmas, y entregada a la compania de la grave y excelente reflexion, que tan bien aconseja, aunque un poquillo tarde.Sin hacer caso del llanto de Marta (!para atender a lagrimitas esta el!), sin cuidarse del rastro de pena inextinguible que dejaba en pos de si, el Amor se fue, embozado en su capa, ladeado el chambergo -cuyas plumas, secas ya, se rizaban y flotaban al viento bizarramente- en busca de nuevos horizontes, a llamar a otras puertas mejor trancadas y defendidas.El viento silbaba medroso y airado, la lluvia caia tenaz, ya en rafagas, ya en fuertes chaparrones; y las dos o tres veces que Marta se habia atrevido a acercarse a su ventana por ver si aplacaba la tempestad, la deslumbro la cardena luz de un relampago y la horrorizo el rimbombar del trueno, tan encima de su cabeza, que parecia echar abajo la casa.Lo malo es que cuando justamente Marta, apurada la paciencia, iba a saltar y a sacudir el yugo, no parece sino que el lo adivinaba, y pedia perdon con una sinceridad y una gracia de chiquillo, por lo cual Marta no solo olvidaba instantaneamente sus agravios, sino que, por el exquisito goce de perdonar, sufriria tres veces las pasadas desazones.No sabemos lo que habran platicado; solo tenemos noticias ciertas de que las noches de tempestad furiosa, cuando el viento silba y la lluvia se estrella contra los vidrios, Marta, apoyando la mano sobre su corazon, que le duele a fuerza de latir apresurado, no cesa de prestar oido, por si llama a la puerta el huesped.Y sucedio que este, cuando bajo, ya descansado y sonriente, a tomar el desayuno, nada hablo de marcharse, ni tampoco a la hora de comer, ni menos por la tarde; y Marta, entretenida y embelesada con su labia y sus paliques, no tuvo valor para decirle que ella no era mesonera de oficio.Marta debio de haber reflexionado que el que posee un hogar, fuego en el, y a su lado una madre, una hermana, una esposa que le consuele, no sale en el mes de enero y con una tormenta desatada, ni llama a puertas ajenas, ni turba la tranquilidad de las doncellas honestas y recogidas.Sintiose Marta encogida y llena de confusion, aunque el viajero se mostraba reconocido y le decia cosas halaguenas, que por el hechizo de la voz lo parecian mas; y a fin de disimular su turbacion, se dio prisa a servir la cena y ofrecer al viajero el mejor cuarto de la casa, donde se recogiese a dormir.Sin duda que la prudencia aconsejaba a Marta desoirlo, pues en noche tan espantosa, cuando ningun vecino honrado se atreve a echarse a la calle, solo los malhechores y los perdidos libertinos son capaces de arrostrar viento y lluvia en busca de aventuras y presa.Padecia arrebatos de furor y berrinches injustos e insensatos, que a los dos minutos se convertian en transportes de carino y en placideces angelicales; ya se emperraba como un chico, ya se desesperaba como un hombre; ya hartaba a Marta de improperios, ya le prodigaba los nombres mas dulces y las ternezas mas rendidas.Lo peor de todo era que nunca podia Marta adivinarle el deseo ni precaverle la desazon: sin motivo ni causa, cuando menos debia temerse o esperarse, estaba frenetico o contentisimo, pasando, en menos que se dice, del enojo al halago y de la risa a la rabia.Con todo, aun sin decidirse a levantar los ojos, vio de soslayo que su huesped era mozo y de buen talle, descolorido, rubio, cara linda y triste, aire de senor, acostumbrado al mando y a ocupar alto puesto.